domingo, 24 de julio de 2011

El principio esencial de la no reelección

El principio esencial de la no reelección

Don Francisco Madero, primer Presidente de México después de la Revolución Mexicana de 1910, consignó en el Plan de San Luis Potosí la frase célebre de: “sufragio efectivo y no reelección”, convertida en bandera de lucha del pueblo contra la dictadura de Porfirio Díaz.


Díaz había llegado al poder por medio de un levantamiento armado contra el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, cuando éste intentó reelegirse en 1876. Pero Porfirio Díaz se quedó en el poder durante 34 años, por medio de la reelección y las elecciones fraudulentas, hasta que la emblemática consigna de Francisco Madero convocó a la revolución mexicana de 1910. Desde entonces los presidentes de México son elegidos sólo para una vez y nunca más.


El significado esencial de la consigna “sufragio efectivo y no reelección” era que el voto de los ciudadanos debía ser libre y las elecciones transparentes. Y que ningún presidente debía quedarse en el poder más allá del período para el cual fuera elegido por el pueblo, mucho menos que se perpetuara por medio de leyes mañosas, tretas políticas y fraudes electorales, como lo hacía Porfirio Díaz en México, como lo hicieron en Nicaragua los Somoza y ahora lo está haciendo o queriendo hacer Daniel Ortega.

En realidad, igual que en México y otros países latinoamericanos, en Nicaragua la reelección presidencial ha sido causa de grandes desgracias; no sólo de la falta de democracia, la pérdida de la libertad y la mala situación económica y social, sino también de sangrientas guerras civiles, asoladoras insurrecciones armadas, oscuros golpes de Estado y hasta siniestros asesinatos políticos, todo eso por culpa del afán reeleccionista.

Esos acontecimientos aciagos nunca más deberían ocurrir en Nicaragua. Sin embargo, no faltan argumentos a favor de la reelección, esgrimidos no sólo por quienes se reeligen o quieren reelegirse — y por sus sicarios y cortesanos—, sino que hasta por académicos y científicos políticos que supuestamente no tienen interés personal directo en el ejercicio del poder.

Quienes defienden la reelección alegan que es derecho de la ciudadanía elegir y reelegir a la persona que quiera. Argumentan que la reelección le da al pueblo la posibilidad de elegir con mayor libertad al gobernante, aunque hubiera ejercido el poder anteriormente, en una o varias ocasiones, seguidas o alternativas. Además, dicen que la reelección permite a los ciudadanos premiar al gobernante que ha ejercido bien el poder y que por lo tanto merece el reconocimiento popular. Y hasta arguyen que la reelección fortalece el rol del presidente como líder de su partido, y evita que al no poder reelegirse pierda autoridad entre sus partidarios que se ven obligados a interesarse en otras personas.

Pero aun en el caso de que esos argumentos a favor de la reelección tuvieran alguna validez, las razones en contra son mucho más racionales, justas y convincentes. En efecto, ha sido absolutamente comprobado por la experiencia histórica, tanto nacional como internacional, que la reelección y en general la permanencia excesiva en el gobierno de una sola persona, conduce siempre o casi en todas las ocasiones al abuso de poder. La reelección crea y refuerza la tendencia al liderazgo personalista, hegemónico y autoritario. Y algo que es esencial: la reelección es contraria al concepto originario de la democracia, que se funda en la necesidad incondicional de la rotación en el ejercicio del poder, en el principio de que todos los ciudadanos tienen el mismo derecho y deber de contribuir al cuidado y la administración de la cosa pública, pero no sólo desde abajo y de manera indirecta, sino también en forma directa mediante el ejercicio de las funciones oficiales. Además, la calidad de la administración pública se eleva cuando la gestión de gobierno se renueva regularmente.

Por otro lado, la permanencia prolongada de una persona en el poder propicia la corrupción, deforma las instituciones y desvirtúa la justicia. Y finalmente conduce casi como de manera inevitable, a las rebeliones de los muchos que necesitan sacudirse de encima a aquéllos que, de tanto reelegirse, se endiosan y llegan a confundir el poder del Estado con su patrimonio personal, conyugal y familiar.



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